jueves, 28 de octubre de 2010

Excarcelación de terroristas


La noticia ha saltado a los medios con un calculada asepsia. Se le ha dado una difusión medida, ni excesiva ni difusa, buscando su aceptación sin cuestionamientos. El Ministerio del Interior quería que los españoles percibiésemos como un mensaje positivo que el etarra «Txelis» ha sido beneficiado con una prisión atenuada que le permite pasar fuera de la cárcel varias horas al día. Para convencernos nos han contado que está arrepentido, que ha pedido perdón a las víctimas, que está dispuesto a pagar las indemnizaciones a que fue condenado y que se ha desvinculado de la banda terrorista. Como colofón nos dicen que tiene su celda forrada de estampitas de la Virgen. Ante un planteamiento así no queda más remedio que pensar lo bueno que es «Txelis» y lo malas que son las víctimas del terrorismo, que no le quieren perdonar y se empeñan en que cumpla su condena como el resto de los presos de España, muchos de ellos tan arrepentidos de sus culpas como el pobrecito «Txelis». Lo que no interesa decir es que este etarra arrepentido lo «único» que ha hecho ha sido formar parte del comité ejecutivo de ETA durante seis años en los que «solo» se cometieron 200 asesinatos.
Los argumentos con que se trata de justificar esta decisión son espurios. En primer lugar, la petición de perdón de los etarras, si es que existe, no se hace pública, ni siquiera los afectados directamente se enteran de que se les está pidiendo perdón ni en qué términos se hace; en segundo lugar, los terroristas, que son insolventes, no están en condiciones de pagar ninguna indemnización de las que por Ley se hace cargo el Estado. ¿Cómo podemos comprobar que efectivamente lo van a hacer al salir de prisión? ¿Quién nos lo va a contar?; en tercer lugar, los terroristas no reniegan de sus convicciones, no dejan de creer en el ideario de ETA, simplemente van quemando etapas. Una de esas etapas es la cárcel. La última —si el Estado lo propicia— será un retiro dorado, respetados y arropados por los suyos. Cuando un joven radical, dispuesto a entrar en la banda criminal, ve que al ser detenido después de pasar unos años matando al servicio de la causa, le basta con decir que está arrepentido para recibir todo tipo de beneficios y salir de prisión en pocos años, ¿No se le está estimulando a hacerse terrorista?
Esta excarcelación atenuada y el modo de comunicarla es un paso más de la estrategia perfectamente trazada por el Gobierno, que se está cumpliendo inexorablemente, de ir preparando a la opinión pública para la salida escalonada y constante de los etarras de la cárcel. La política penitenciaria se emplea como un instrumento para presionar a ETA y dar premios o castigos al albur de los designios del Gobierno. A cambio, las víctimas, que en este propósito son claramente un estorbo, pierden su derecho a la justicia y el Estado pierde credibilidad, solvencia y dignidad. Los terroristas, en cambio, ganan impunidad y una peligrosa libertad que pone en riesgo nuestra integridad, la de todos los españoles.
Para más escarnio, la Audiencia Nacional que ha respondido favorablemente y con gran diligencia a la solicitud del fiscal de acoger a «Txelis» al famoso y arbitrario artículo 100.2 del Reglamento Penitenciario, no actúa con la misma eficacia y rapidez cuando los familiares de una víctima presentan un escrito solicitando la revisión o reapertura de un sumario. Hay casos en que pasan los meses sin que se digne a responder; en otras ocasiones, los delitos han prescrito porque no se han hecho diligencias para impedirlo y en otras no se ha procesado a terroristas con pruebas inculpatorias flagrantes, lo que constituye un escándalo mayúsculo, un golpe moral terrible para las familias afectadas y una omision de funciones inaceptable. Desgraciadamente, esto es lo que está en marcha. Habilmente, el Gobierno se ha propuesto conseguir que empecemos a interiorizar que es legitimo emplear la política penitenciaria para sortear el cumplimiento de las sentencias judiciales y que el derecho a la justicia se puede supeditar a otros fines cuando le conviene al poder.
Por eso el miedo, la impotencia, la desconfianza, la intranquilidad, el desasosiego invade los corazones de las familias de las víctimas del terrorismo que lo único que pedimos y pediremos incansablemente una y otra vez es justicia.



Ana Velasco Vidal-Abarca. Víctima del terrorismo. Hija del asesinado comandante Jesús Velasco Zuazola, carlista y jefe de los Miñones alaveses.

Publicado en la Tribuna Abierta de ABC del jueves 28 de octubre de 2010.

martes, 19 de octubre de 2010

RAMÓN ROCHE, CARLISTA IRREDUCTIBLE DE LA SIERRA DE LIÉTOR

La reciente publicación del libro de María Jesús Ortiz "La verdadera historia de Ramón García Montes, Roche" nos anima a rescatar este viejo estudio publicado en 2007 en el blog Albacete Carlista y citado como fuente documental del libro al que aludimos.

Escudo de Liétor

Las profundas huellas que el Carlismo ha dejado en Albacete, La Mancha y en el Reino de Murcia están aún por descubrir. Los diversos alzamientos y motivaciones presentan en nuestro ámbito una identidad de razón sustancial con los del resto de España, por lo que el Carlismo no puede ser visto como un mero pleito interterritorial. Como puso de manifiesto la profesora Manuela Asensio Rubio en su libro "El Carlismo en la provincia de Ciudad Real. 1833-1876" (Biblioteca de Autores y Temas Manchegos, Ciudad Real, 1987) el Carlismo contaba en La Mancha "con el apoyo y el auxilio de un sector mayoritario de la población". Y los sectores que apoyan a Don Carlos son análogos a los del resto de España. Incluso se ensalza la importancia del factor campesino en el alzamiento carlista al señalar que "(...) los intereses del campesinado fueron sacrificados, y amplias capas de labriegos españoles (que anteriormente vivían en una relativa prosperidad, vieron afectada su situación por el doble juego de la liquidación del régimen señorial en beneficio de los señores, y del aumento de los impuestos) se levantaron en armas contra una revolución y una reforma agraria que se hacia a sus expensas". La recientemente creada provincia de Albacete se vió dividida en diversas zonas. Mientras que al norte del Júcar, Campo de Montiel y Sierra de Alcáraz la influencia carlista es indudable en la capital y sureste de la provincia los gubernamentales pronto afianzan su poder. Afianzamiento al que decisivamente contribuyó la poderosa represión contra los presuntos simpatizantes de Don Carlos. A este respecto existe un muy interesante estudio de María Pilar Córcoles Jiménez publicado en 1999 en el nº 42 de la revista Al-Basit en el que se pone de manifiesto de forma documentada esta labor represiva, que afectaría a diversos funcionarios y artesanos de esta villa, como al maestro don Ambrosio Rodríguez. En el ambito de la provincia de Albacete contamos además con uno de los principales sostenedores doctrinales de la causa de Don Carlos, la del capuchino Fermín Sánchez Arteseros, Fray Fermín de Alcaraz. Aún en 1869 antes de que Carlos VII declarase el inicio de la Tercera Guerra hay en La Mancha un alzamiento previo, que durante dos meses pone en jaque al ejército liberal. El Cápitan General de Toledo, La Mancha y Extremadura Don Juan de Dios Polo y Múñoz de Velasco emprende valerosas acciones que concitan el apoyo casi unánime del pueblo, del que vendrán nuevos guerrilleros legendarios, como Vicente Sabariego Sánchez, de Piedrabuena de Calatrava (C. Real). Asimismo, en Caudete existe una saga de grandes combatientes carlistas, los hermanos Albalat. Francisco llegará a ser el último ayudante de Campo de Carlos VII, participando en la campaña del Norte y obteniendo las medallas militares de Montejurra, Vizcaya y Carlos VII. La actual provincia de Albacete registró numerosas entradas de carlistas, recibidos con gran simpatía por la población. En 1873 la partida del cabecilla Cucala actuaba por Alatoz y la de Joaquín Tercero quemaba el Registro Civil de Nerpio. A comienzos de 1874 la cuadrilla de Santés entraba en la capital, que tenía que rendirse al cabecilla, al que se le tuvieron que entregar 40 caballos, 1.200 fusiles y 14.000 cartuchos. Posteriormente avanzó hacia Almansa, ciudad que también consiguió tomar por la fuerza de las armas. En septiembre de ese mismo año el coronel carlista Miguel Lozano, nacido en la población murciana de Jumilla, recorrió Bonete, Hellín, Socovos, Férez y Nerpio reclamando contribuciones de guerra para la Santa Causa.
Pero aún más romántica es la historia de Ramón García Montes, conocido como el carlista Roche, nacido en Montealegre del Castillo que tras el final de la tercera guerra carlista no acepta la rendición y sigue campando por las sierras del sureste de la provincia, con la admiración de las gentes, que solian cobijarle y apoyarle y que aún hoy día cuentan sus hazañas teñidas de cierto aire legendario. Antonio Matea Martínez le dedica un merecido recuerdo en La Tribuna Dominical, nº 112, 2 de julio de 2000.

Centrémonos hoy en el estudio de la figura de Ramón Roche. Para lo que usaremos fundamentalmente el estudio mencionado de Antonio Matea Martínez, posiblemente el mejor conocedor de las sierras albaceteñas y promotor del centro excursionista de Albacete, por lo que su acercamiento a la figura de Roche es totalmente “apolítico” y recoge más que una investigación histórica puramente académica un acercamiento a las vivencias, los parajes y a la transmisión oral de la presencia de Roche (sin restar rigor histórico alguno). En la investigación sobre Roche y su entorno es cita obligada también (precisamente Antonio Matea reconoce en su estudio su ayuda e investigaciones como "inestimable ayuda" sin la que "no hubiese sido posible escribir estas líneas") referirse a la labor de don Francisco Navarro Pretel, cura párroco de Liétor. Don Paco Navarro Pretel guarda en el museo de su parroquia, en medio de una escenografía deliciosa de objetos de principios del siglo pasado, la navaja de once muelles que usaba Roche y el que pudo ser su sombrero de coronel. El otro estudio, este más academicista aunque no por ello exento de torcideras y en ocasiones absurdas interpretaciones históricas del carlismo, es el realizado por el profesor Ricardo Montes Bernárdez en “El Carlismo en el Noroeste de la Región de Murcia”.

Ramón García Montes, más conocido como Ramón Roche, fue un oficial carlista de la tercera guerra que a finales de marzo de 1873 y al mando de 120 hombres recorrió los municipios de Ontur, Albatana y Hellín, recibiendo en este último el especial apoyo de la población. Unos días más tarde causó destrozos y confiscó dinero, víveres y caballerías en Alatoz, Carcelén, Hoya Gonzalo, Villa de Ves, la Estación de Chinchilla y Pozohondo. En verano de 1873 realiza incursiones por dos veces en Calasparra, según “El Cantón de Caratagena” de 22 de julio de 1873. Una columna de cantonalistas salió de Cartagena en su persecución, pese a lo cual el día de Santiago Apóstol entra nuevamente en Calasparra, requisando en esta ocasión 40.000 reales. Había nacido en Montealegre del Castillo en 1833, por lo que conocía toda la zona a la perfección y siempre sabía por donde se movía lo que imposibilitaba su captura por las tropas del gobierno liberal. Para contrarrestar el apoyo de la población a Roche y a los demás carlistas, el gobernador republicano Ramón Moreno llegó a solicitar a los sacerdotes que desde el púlpito instasen a sus feligreses a que no les ofreciesen apoyo. Al tiempo mandó detener a trece personas en la capital por colaboracionistas y a un juez en Hellín.

Tanta incursión carlista por los pueblos de Albacete y en la propia capital llevó a muchos ayuntamientos, a tomar medidas para evitar que las tropas carlistas llegasen a sus localidades, sobre todo cuando una partida se encontraba en alguna población cercana. Durante la tercera guerra carlista los ayuntamientos eran puros departamentos funcionariales y administrativos de los gobernadores civiles y del poder central. El título VIII de la Constitución de 1869 aún limitaba mucho más la autonomía municipal, repartida entre burgueses adinerados con el saqueo de la desamortización y entre meros funcionarios técnicos afectos a los gobiernos liberales (la depuración que hicieron los liberales en la administración fue brutal, pese a que ellos propagaban la libertad de pensamiento... para el mal), siguiendo el esquema de administración napoleónica. En Liétor por ejemplo se reunió el Ayuntamiento en asamblea permanente ante la llegada del cabecilla Rico a Peñarrubia y Elche de la Sierra al frente de casi 500 hombres, a finales de octubre de 1873. Se decidió cortar el puente sobre el río Mundo, situado en el camino que conduce a Elche de la Sierra. También se enviaron exploradores por ese camino para avisar de la llegada de los carlistas, se ordenó que se reuniesen y tomasen las armas todos los voluntarios de la República y la colocación de luces artificiales en todos los balcones o ventanas que dan vista a la vía pública por la noche. De igual forma el Ayuntamiento de Liétor decidió la publicación de un bando para que todos aquellos ancianos, niños y mujeres que quisieran salir del pueblo por su propia voluntad pudiesen hacerlo inmediatamente. Se comunicaba a la población que al toque de corneta o de campanas todos los varones mayores de 20 años y menores de 60 debían presentarse en la plaza para defender la población. Se decía además que aquellos que no acudiesen al tocar a rebato sin una causa justificada serían castigados con una multa de 25 pesetas, sin perjuicio de que se abriese también un sumario contra ellos.

Acabada la I República española, tras el golpe militar del general Pavía en enero de 1874, en diciembre de ese mismo año se restauraba en el trono a la Dinastía liberal. Alfonso (XII), hijo de la destronada Isabel (II), tuvo como principal objetivo en su nuevo poner fin a la guerra carlista. Estas derrotas forzaron al pretendiente carlista, Carlos VII, a cruzar la frontera por Valcarlos (Navarra) el 28 de febrero de 1876 rumbo al exilio. Ese mismo camino del exilio tuvo que ser tomado por numerosos oficiales y altos jefes carlistas, aunque la mayoría de los combatientes decidieron acogerse al indulto que muy pronto concedió el nuevo rey liberal. Sin embargo otros carlistas como Ramón Roche, marcados fuertemente por una doctrina y unos principios que creían justos, no decidieron aceptar la rendición ni tomar ninguno de los dos caminos anteriores, por lo que se echaron al monte y comenzaron a vivir en la vida clandestina y bandolera. Pero transcribamos a Antonio Matea:

“Roche, un señor bandido.

(…)
Pero Roche no fue un vulgar ladronzuelo que se dedicó a asaltar a pobres caminantes, como hicieron otros muchos bandoleros. Roche era un señor bandido, un hombre distinguido, con educación y con principios, y como tal era tenido por los habitantes de las zonas por donde actuaba, quienes todavía lo recordaban con afecto muchos años después de su muerte. Además algunas de sus acciones durante la guerra habían sido verdaderamente espectaculares, como la que realizó en el Ayuntamiento de Hellín en 1873. Se cuenta que haciendo creer a las autoridades que un enorme ejército carlista mandado por Lozano rodeaba la ciudad, entró dentro del pueblo acompañado únicamente de diez hombres que estaban a sus órdenes. En el consistorio exigió la entrega de todos los fondos que allí había, y además mandó bajar a la plaza toda la documentación existente en el Registro Municipal con la que hizo una gran hoguera, para así poder destruir títulos de propiedad, deudas no pagadas, etc. A continuación marchó completamente tranquilo hacia las afueras del pueblo perdiéndose a la vista de los asombrados hellineros. Desde el fin de la guerra Roche estuvo continuamente en boca de la gente, que hablaba de él en tertulias de café de pueblos importantes como Hellín, Tobarra, o incluso en la misma capital albaceteña. También en las tabernas o en las ventas de los caminos reales era el tema principal de conversación de aquellos años finales del siglo XIX. Al igual que ocurría en los mismos cortijos y aldeas de la comarca de Hellín, donde, una vez entrados en bureo toda la familia o varios vecinos, al calor de la lumbre de la chimenea y entre trago y trago de vino, contaban historias del bandido, a veces ciertas, pero que otras veces superaban en muchos puntos a la misma realidad. Además Roche era muy admirado por las gentes humildes por el solo hecho de enfrentarse a las fuerzas del orden y al poder establecido, y veían en él a un hombre que se había echado al monte por defender unos ideales que creía justos. Por todo ello, en los caseríos aislados y aldeas a los que llegaba, se le daba cobijo y alimento sin necesidad de que tuviera que tomarlos a la fuerza.
(…)
El Río Mundo, escenario del paso de partidas carlistas.

Se cuenta que incluso hubo bandidos que tomaron su nombre para cometer algún robo, como así dicen que ocurrió en cierta ocasión mientras Roche estaba en la casa de un tal Isidoro Molina. Hasta allí llegó un bandido, al que denominaban el Zapaterín de la Reja, que se puso a llamar a la puerta diciendo ser el Roche. Pero el verdadero Roche salió y agarró al bandolero apócrifo por el pecho y tras darle dos bofetadas le dijo quien era y que no lo volviese a ver más por allí mientras él estuviese por la comarca. Incluso se decía que se constituyó en defensor de los humildes contra estos bandidos de poca monta que merodeaban por el lugar, como así hizo también luchando con un sanguinario bandolero llamado Peliciego. Sin embargo a las gentes acaudaladas y poderosas les obligaba a darles parte de su fortuna, “más aún si estos habían sido partidarios durante la guerra de las tropas gubernamentales”.

Las personas mayores recuerdan haber oído a sus abuelos contar muchas historietas sobre Roche, historietas que posiblemente muchas veces fueran pura ficción. Decían que no sólo era respetado por las gentes del campo sino que además hacía todo lo posible por socorrer a esas gentes. En cierta ocasión ayudó a dos jóvenes que estaban cortando leña y además les dio de comer de lo que él llevaba. Otra vez se cruzó con un campesino que iba montado sobre un burro que era tan viejo que parecía un auténtico esqueleto. Roche al ver al animal lo mató y entregó dinero a su dueño para que comprara otro más joven. Incluso se dice también que dio unas monedas a otro hombre que estaba por Las Hermanas y llevaba esparto a la espalda para sacar algún dinero. Otros contaban lo alto que era y la enorme fuerza que tenía el carlista y que nadie era capaz de vencerlo en un pulso. Además se decía de él que poseía una puntería envidiable.

Juan Antonio Alcantud, un hombre de edad avanzada, contaba en 1994, que su abuelo, que había sido guarda de Las Hoyas durante más de 30 años, fue muy amigo de Roche. La amistad tuvo su origen en cierta ocasión en que el bandido encontró al guarda en un camino y le pidió de comer, cosa a la que éste no rehusó. También hablaba este hombre de la bondad y generosidad del bandido con los pobres, pues obligaba a las gentes de dinero a socorrer a los más necesitados. De ahí el apoyo que tenía entre las clases más humildes.

El escritor hellinero Mariano Tomás López, nacido precisamente en el año que sería el de la muerte del bandido, lo hizo protagonista en su novela Semana de Pasión, aunque allí el teniente carlista aparece con el nombre de Antonio Roche. En ella se cuentan historias como el asalto al Ayuntamiento de Hellín, la ayuda prestada a una mujer de la misma localidad al liberar a su hermano, soldado gubernamental prisionero por su coronel Lozano, y otras en las que seguramente se mezclen muchos hechos reales con otros imaginarios. En esa obra, reeditada en edición facsímil en 1999 por la Asociación de Peñas de Tamborileros de Hellín, se cita también la aventura pasional del carlista con la joven a cuyo hermano libera, aunque en la realidad el carlista estaría ya casado con Ana López con quien tuvo tres hijas y dos hijos. También se le ofrece en la novela la posibilidad de acogerse al indulto y permanecer en el ejército con su graduación militar, pero sus principios e ideas, totalmente entregados a la causa carlista, le obligan a rehusar.

(…)
Tras echarse al monte, una vez finalizada la última guerra carlista, Roche casi siempre anduvo en solitario, aunque hubo una época, que coincidió posiblemente con la acción de Minateda, en que reunió una pequeña cuadrilla. En esa cuadrilla se integraban un tal Riyes y otro llamado Zapaterín, ambos de Montealegre del Castillo, y otro hombre que se llamaba Antón el Hospitalero. Este último hombre, que era natural de Liétor, debió ser mucho más joven que el bandido, pues tras ser detenido por la Guardia Civil y una vez cumplida la condena a la que fue sentenciado, murió de viejo en Liétor sobre el año 1930. Pero el sentido de la justicia que tenía Roche, su cultura, caballerosidad y honorabilidad, de la que tanto hablaban aquellos que lo conocían, le hacía ir casi siempre en solitario antes que unirse a gente de baja ralea.

La muerte de Roche.

La muerte de Roche, como la de los grandes y épicos bandoleros, al producirse de manera trágica y violenta, facilita la entrada de este personaje en la leyenda. De esta manera como ocurrió y ocurriría después con otros bandidos son varias las versiones que corren sobre su desgraciado final. Según la versión oficial, puesta de manifiesto en el atestado del teniente Manuel Arroyo, jefe de la Línea de Tobarra, se dijo que dicho teniente, al mando de un pelotón de once guardias iba en persecución del criminal Ramón García Montes, alias Roche, a las 11 de la noche del día 15 de julio de 1891, víspera de la festividad de Nuestra Señora del Carmen. El citado oficial distribuyó la fuerza en dos grupos, siendo el grupo mandado por el guardia José Ojeda e integrado por otros tres guardias civiles más quienes descubrieron a Roche desde lo alto del Collado de Pozo Tomillo. Los guardias, según cuenta el oficial de la Benemérita en su informe, pudieron reconocer fácilmente al bandido gracias a la luz de la luna, pues resaltaba claramente su elevada estatura y porte. Además llevaba un garrote en la mano derecha y una escopeta terciada sobre el brazo izquierdo lo que confirmó todavía más las sospechas de los agentes del orden. Según el informe del oficial el bandido marchaba por el camino que desde Híjar se dirige hacia Casa Sola, Casa de la Rambla de Maturras y Villarejo. Pero al darle la voz de alto Roche contestó disparando por lo que los guardias le acribillaron a balazos.

En una publicación de la época se cuenta que el resultado de la autopsia contempla la muerte del bandido como consecuencia de un disparo en el cuello y otros cinco más en el pecho, estómago, vientre, ingle derecha y pierna derecha. Pero además presentaba tres impactos de posta en la pierna, muslo y costado, una munición no usada por la Guardia Civil. Esto último y su mal estado en el momento de su muerte (se dice que estaba muy enfermo, con los pulmones muy deteriorados y el corazón de tamaño muy reducido) llevó a pensar a las gentes de la comarca en otras versiones que difieren bastante de la versión oficial contada por el teniente en el atestado. Además es bastante extraño que un teniente y once guardias (acostumbrados a patrullar casi siempre en parejas) fueran por un lugar tan solitario, a no ser que se hubiese preparado una trampa al bandolero o se hubiese recibido alguna delación de alguna persona cercana a él.

Una de estas versiones sobre su muerte afirma que fue asesinado por el guarda del Castillarejo, quien lo mató en su propia casa con la escopeta de postas cuando estaba allí durmiendo y luego dio aviso a los miembros de la Guardia Civil, que lo llevaron en una burra hasta Pocico Tomillo, donde, ya muerto, se efectuaron el resto de los disparos. Otra versión diferente cuenta que Roche mandó al guarda para que comprara un medicamento y allí fue descubierto por el teniente de la Benemérita, quien le ordenó que al regresar a su casa lo matara o lo detendría a él por ser cómplice suyo. Incluso otras personas piensan que el guarda se gastó el dinero en el juego y por temor al bandido cuando le contase que se había quedado sin él lo mató. Otra más dice que estaba descansando en una covacha que utilizaba habitualmente por escondite cuando fue descubierto por un pastor que lo mató para cobrar la recompensa que se ofrecía por él. El ya citado Juan Antonio Alcantud decía que su abuelo, el guarda de Las Hoyas, afirmaba que Roche fue muerto en la Casa de la Rambla (Rambla de Maturras), donde se había refugiado en numerosas ocasiones, y de allí fue bajado por la Guardia Civil hasta Pocico Tomillo. En fin son muchas las versiones que difieren de la oficial y según el sitio donde vayamos podemos encontrar otras tantas diferentes, aunque la mayoría citan como culpable de su muerte al guarda del Castillarejo.

(...)
La muerte trágica del bandido impactó de forma profunda entre las gentes de Liétor, del campo de Hellín y de Montealegre del Castillo, pueblo este último donde el nombre de Roche aún se conserva, pues un hijo suyo llegó a ser alcalde y todavía vive una nieta que, aunque domiciliada en Madrid, tiene allí una casa”.


Hasta aquí Antonio Matea, como decimos el mejor conocedor y defensor de la etnografía y la ecoantropológica de las sierras albaceteñas, manchegas y del Reino de Murcia. La propaganda afín al gobierno liberal intentó pintar a los carlistas, sobre todo a los que no deponían las armas nunca como simples “bandidos” o “bandoleros”. Fenómeno que curiosamente también se repitió en otras luchas contrarrevolucionarias, como los resistentes del Reino de las Dos Sicilias o los Cristeros. Denominación que llega hasta hoy día y crea ciertas confusiones. Véase el artículo reproducido por el blog tradicionalista del Reino de Castilla Foramontano, con la rúbrica Carlismo y bandidaje: Episodios de violencia política y social en Campoo en el s. XIX Encarnación-Niceas Martínez Ruiz (Cuadernos del Campoo, nº4, 1996).

Sin embargo no es necesario acogerse a la idealización que de los bandoleros se hace popularmente para señalar las diferencias entre los carlistas que llevados por sus convicciones y ante la imposibilidad del exilio se negaban a integrarse en la sociedad liberal y el puro pillaje. Antonio Matea lo ha puesto de relieve magníficamente.

En el caso de Ramón Roche su espíritu sigue vivo en las sierras del Reino de Murcia, alimentando aspectos de la historia doméstica. Su recuerdo no perecerá.


"En la Rambla de Maturras,
a vista del Villarejo,
mataron a Ramón Roche
a traición como a un conejo."