lunes, 7 de mayo de 2007

Una biografía falsa

La verdadera Libertad, la que defiende el Carlismo -la que defendió el Rey Javier- está basada en la Tradición (Dios, Patria, Fueros y Rey), y no en la falsedad socialista, que pretendió imponer, contra el Rey y el pueblo carlista, Carlos Hugo. En la imagen cartel javierista.



Carlos Hugo de Borbón Parma ha publicado el día 6 de mayo en El País, con motivo del XXX aniversario de la muerte de su padre, el Rey Don Javier de Borbón, un artículo tutilado "Un demócrata que renovó el movimiento carlista". Hace diez años, prologaba la obra "Don Javier, una vida al servicio de la libertad". La respuesta -publicada en las páginas principales de uno de los periódicos españoles de mayor tirada- que M. Ayuso escribió en 1997 para ésta puede reproducirse también a los efectos de aquélla.


UNA BIOGRAFÍA FALSA

La experiencia del hombre muestra con usura lo que fue objeto de la enseñanza de Pablo de Tarso: que hay diversidad de carismas que se nos dan en el servicio de múltiples vocaciones para la común utilidad. Así, el secreto de la vida no es otro que el del discernimiento de cuál sea nuestro don y la perseverancia en su desenvolvimiento. La fecundidad se halla precisamente ahí, al igual que en el desprecio o el abandono de lo propio radica la inautenticidad y a la postre la esterilidad.
El carlismo tiene una larga historia. Que puede gustar o repugnar, pero que es la que es. Como su nítido signo intelectual. Y que, desde luego, excede de la coyuntura histórica de un hoy hasta pintoresco pleito dinástico, que en puridad no pasó de simple banderín de enganche, para venir a encarnar la vieja España en la continuidad —durante los dos últimos siglos— de la defensa del régimen histórico español y de la religión como fundamento de la comunidad política. Este carácter es precisamente el que ha teñido la trayectoria del carlismo, singularizándolo de otros legitimismos. Y aun así, ¡qué entrega a sus reyes la de los leales de la Causa, envidia tantas veces de la rama reinante! Porque en el primado de la que, con toda intención anticarlista, llamó el gran historiador Jesús Pabón «la otra legitimidad», se alimentaba al tiempo el fervor por la originaria legitimidad dinástica.
Como quiera que sea, en la vitalidad tanto tiempo sostenida del carlismo, así como en sus numerosas reviviscencias posteriores, late la «diferencia» de la historia contemporánea española —de la guerra de la Convención a la de 1936—, fundada en la resistencia del comunitarismo religioso y tradicional frente a la laicización y desvinculación introducidas por la revolución liberal. Al fin y al cabo, el profesor Palacio Atard pudo escribir, con referencia a la España del barroco, que «nosotros, los que no somos europeos», «tuvimos un programa político con validez para el mundo», y «no solamente lo tuvimos: lo sostuvimos». El carlismo es cabalmente la continuidad de esa vieja España.
Ahora, cierto sector de la familia de Don Javier de Borbón Parma —que, a la muerte de don Alfonso Carlos en 1936, abanderó la Comunión Tradicionalista—, a comenzar por el heredero Carlos Hugo, no contento con la acción profundamente desnaturalizadora desarrollada ya en el seno de ésta desde finales de los sesenta, pretende «recrear» la figura de Don Javier con una biografía delirante. ¿Por qué no había de llegar hasta Don Javier la piqueta que no respetó elemento alguno del entero edificio del carlismo? La desaparición durante los últimos años de sus muñidores de la escena española, la retirada —al menos— a un discreto segundo plano, permitieron concebir durante algún tiempo la esperanza de que, ya que no el arrepentimiento, el desánimo hubiera cundido entre ellos. Pero ya se sabe que en el infierno hay que dejar toda esperanza, y —así— ha terminado por resultar vana.
La figura de un gran príncipe cristiano, confidente y agente de Pío XII, que dio a la Comunión Tradicionalista la orden de sumarse «con todas sus fuerzas» al Alzamiento Nacional, que dirigió las actividades de aquélla durante tres decenios con centenares de manifestaciones de purísima doctrina tradicionalista —pueden exhumarse acudiendo a la oceánica recopilación de Manuel de Santa Cruz en 28 tomos, alguno de varios volúmenes—, se convierte en el libro que comento en «el hombre que osó enfrentarse a Franco y situó al carlismo a la izquierda». Raya lo grotesco lo primero, pues —aparte del tono— la oposición carlista al régimen fue oscilante, precisamente porque el propio Don Javier durante algún tiempo defendió la «colaboración», y siempre sui generis. Y lo segundo es una manipulación grosera, porque tal es lo que intentó hacer Carlos Hugo, sin más éxito que la «gloria» de haber contribuido a desarbolar un carlismo demasiado azotado ya por el franquismo, el cambio social y, sobre todo, el concilio Vaticano II. Pero, Don Javier... Los gestos que trabajosamente se ayuntan en tal sentido, no sólo son de un raquitismo extremo, que delata el fraude, sino que en todo caso desacreditan a quien los utiliza por la falta de piedad que implica. Francamente, son actos arrancados por su hijo don Hugo en la avanzada ancianidad de Don Javier. Silenciándose, en cambio, entre otras, la frontal oposición de su esposa, Doña Magdalena de Borbón Busset.
Sobre el resto no merece la pena volver ahora. Es el carlismo socialista de una «historia-ficción» que, a fuerza de repetirla durante veinticinco años, temo que ha comenzado, ya que no a calar, a dejar algunos tics. La impresión que deja esta sedicente biografía de Don Javier no puede ser sino de nostalgia y hasta de tristeza. Por la falsificación de la historia, por la ingratitud de unos príncipes que —tras haberse burlado de la lealtad heroica de un pueblo que lo ha dado todo por sus antepasados— no dudan ahora en hacer irrisión de su propio padre. Por la misma postración del carlismo. José María Pemán dijo de los carlistas que habían mantenido intacta, por encima de toda claudicación, «la castidad de su pensamiento y de su esperanza». Parece que algunos, por contra, han hecho su propia revolución sexual.
Entre el carlismo y la corriente histórica de la contemporaneidad media un abismo. La situación de la Iglesia católica, la presión internacional y las propias tendencias sociales más acusadas —en buena medida inducidas comunicacionalmente— marchan en dirección opuesta a la del pensamiento tradicional. Lo que no quita para que sea posible descubrir en la situación presente otra serie de rasgos que abren brechas en el sistema de la modernidad: la crisis moral profundísima que ha puesto en primer plano la necesidad de la «comunidad»; la crisis del Estado-nación, que abre vías a nuevas formas de integración territorial, que recuerdan al foralismo; la crisis del parlamentarismo y de la partitocracia, que lleva a fórmulas presidencialistas y a la quiebra de la monopolización de la representación por los partidos. He ahí un camino abierto para, auscultando los signos de los tiempos, y sin renunciar a un acervo amasado en dos siglos de heroísmo y sacrificios sin cuento, lanzar el grito de «aún vive el carlismo». El rescoldo queda en muchas viejas y nobles familias adormecidas hoy en la plácida vida de sociedad. Y el pueblo... La senda esforzada conduciría a avivarlo. Otros, a lo que se ve, se afanan en extinguirlo.

M. Ayuso

viernes, 4 de mayo de 2007

La manipulación en torno a la batalla de Almansa. Fueros contra nacionalismo.



Imagen de las tropas borbónicas en la batalla de Almansa. 

El 6 de enero de 1980, festividad de la Monarquía Tradicional , S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón acudía al Círculo Carlista Aparisi y Guijarro de Valencia a pronunciar una conferencia sobre “Monarquía y Lealtad”.

En el Cap i Casal de lo Regne el Abanderado de la Tradición se refería a la manipulación de cierta historiografía liberal de interpretar en un sentido nacionalista el desenlace de la Guerra de Sucesión y de como sus antepasados los Borbones carlistas restituyeron los fueros de la Corona de Aragón. Señaló Don Sixto que los Borbones carlistas gobernaron como los Austrias españoles. Años antes, en la obra ¿Qué es el Carlismo? se definía a los Reyes carlistas como Borbones Habsburguizados (y sin ser determinista, sangre de Austrias no les faltaba a los Reyes carlistas).  En el recorrido que posteriormente realizaría por el Principado de Cataluña –organizado por el después sería jefe-delegado, el leal catalán Carlos Cort Pérez-Caballero- se insistiría en esta denuncia y reivindicación.

El Carlismo siempre se identificó con la defensa de la identidad foral del Reino de Valencia y fue la vanguardia de la defensa del valencianismo desde inicios del siglo XX, enfrentándose particularmente durante los duros años de la transición en las calles del Reino de Valencia contra el pancatalanismo terrorista y bien financiado por la burguesía barcelonesa. Sin duda, gracias a esa resistencia, en ocasiones violenta –todo hay que decirlo- el terrorismo de Terra Lliure no se implantó en el Reino de Valencia y se pudieron salvar algunos símbolos de identidad tradicional valencia que la oligarquía partitocrática quería arrasar. Durante los duros años de la transición S.A.R. Don Sixto autorizó a varios carlistas a ocupar puestos directivos en el valencianismo cultural, político y social. El valencianismo actual no debe dejar desvirturse por un anticatalanismo absurdo del que tantas veces ha adolecido -y más en los últimos tiempos- y debe volver a la firme senda de la Tradición valenciana. Y por valenciana española, dentro de la cual no caben los contenciosos cainitas. Tradición foral que nunca puede ser constitucional, por cuanto que la constitución de 1978 termina configurando una Nueva Planta total, ajena por completo a nuestra cultura, historia y tradición.

El pasado 25 de abril se ha conmemorado el tercer centenario de la Batalla de Almansa, uno de los episodios más importantes de la guerra de Sucesión española, que supuso la pérdida de los fueros del Reino de Valencia y del Reino de Aragón. Esta perdida en el caso valenciano fue más relevante que la abolición foral catalana, pues afectó incluso a las instituciones del derecho privado (que se mantuvo en el resto de la Corona de Aragón) y conllevó la decadencia del puerto de la ciudad de Valencia. Dicho desenlace ha dejado una añoranza pesimista en el imaginario colectivo valenciano. Así son tradicionales dos expresiones populares “Quan el mal ve d´Almansa a tots alcança” y “De ponent, ni vent, ni gent” que signan las consecuencias negativas de la abolición foral. Sin embargo, ni los valencianos fueron los más entusiastas defensores del Archiduque Carlos (su adhesión es tardía, incompleta y contradictoria, meses después de la primera proclama austracista en Cataluña y está especialmente mediatizada por las presiones extranjeras), ni fue unánime (aunque tampoco lo fue en el resto de territorios de la Corona de Aragón).

Dicha batalla, que tuvo lugar en el contexto de lo que en ámbitos intelectuales anglosajones es tenida como “la primera guerra mundial” (en consideración a las naciones que intervinieron en la misma) hoy día ha llegado instrumentalizada por un burdo pancatalanismo, mientras, la historiografía oficial sigue en no pocas ocasiones alentando los complejos y análisis superficiales de la misma. Una guerra no entre territorios de España ni entre ideologías (todos los contendientes voluntarios compartían el anhelo de la continuidad de la España tradicional), sino una guerra entre potencias que dividió a los españoles por uno u otro Rey según las exigencias del Antiguo Régimen. Los españoles que combatieron jamás claudicaron de su nacionalidad ni de su identidad regional y ni por asomo se les ocurría pensar en un expansionismo sobre otros pueblos hispánicos.


Felipe V Rey Legítimo de las Españas

Se tiende a identificar abusivamente y caprichosamente a Felipe V con el absolutismo y la centralización. Cuanto menos en el inicio de su reinado no fue así.

Felipe de Borbón, nieto de la Infanta María Teresa de España fue hecho heredero conforme a Derecho del trono de las Españas en el testamento de Carlos II. A tal designación no se opuso ninguna institución española. La muerte de José Fernando de Baviera en 1699 hacía que Felipe de Borbón tuviese el mejor Derecho. Se destacó de él su carácter apacible, recto y firmemente religioso. No obstante había recibido una educación estrictamente religiosa(1).

Tras un viaje triunfal de 20 días de duración, desde Irún a Madrid, llegó a la capital de España el 18 de febrero de 1701, donde fue recibido entusiastamente por la multitud, confiada en que la nueva Dinastía podría restaurar la gloria de España frente a los grises días de los últimos Austrias.

En septiembre de 1701 se trasladó a Barcelona para ponerse en contacto con las instituciones forales catalanas (en decadencia durante los últimos años de los Austrias). De paso por Zaragoza juró los fueros del Reino de Aragón en la Basílica del Pilar. En Lérida juró los fueros catalanes, que renovó en Barcelona el 12 de octubre, día en que se iniciaron las Cortes. Fueron las propias Cortes Catalanas las que eligieron el día de Ntra. Sra. del Pilar para el reinicio de su actividad, que era prácticamente nula en los últimos siglos. Según Ricardo de la Cierva “Barcelona recibía con aprecio a un Felipe V que se esforzó en ganarse el corazón de la ciudad”(2).

Las Cortes Catalanas, presididas por Felipe V, se celebraron en el Convento de San Francisco y estuvieron funcionando hasta el 14 de enero de 1702. Feliu de la Penya escribió que las disposiciones aprobadas por las Cortes, “fueron las más favorables que había obtenido la provincia”. Pierre Vilar dice: “El Principado había vuelto a adquirir en España en el siglo XVII lo que había perdido hacía tanto tiempo: un lugar económico y militar de primer orden. También en 1701-1702, Felipe V ofreció a las Cortes catalanas todo lo que querían: confirmación de los privilegios, puerto franco, compañía náutica, reforma fiscal, barcos hacia las Indias, hasta tal punto que estas constituciones fueron las más favorables que había conseguido la provincia”. Todas las Españas peninsulares, europeas y ultrmarinas habían aceptado al nuevo Rey y este reconoció todos sus derechos, usos y fueros históricos(3).

Sin embargo los que no estaban de acuerdo eran austriacos, ingleses y holandeses, que declararon la guerra a España el 15 de mayo de 1702 y proclamaron en Viena Rey al Archiduque Carlos de Austria con el nombre de Carlos III.

Las potencias extranjeras atacaron a España en Flandes y en Italia. A esta marchó Felipe V, que se puso al frente de las tropas, lo que produjo una ola de entusiasmo en Toscana y en Milán, además de pacificar el reino de las Dos Sicilias. En Nápoles recibió un legado papal con el reconocimiento de su realeza sobre España. Entre la nobleza sarda, mayoritariamente borbónica, destaca en su empeño en la lucha contra los extranjeros Vicente Bacallar, militar, lingüista, historiador y embajador español. Felipe V volvió a Madrid en enero de 1703 donde el pueblo lo recibió con entusiasmo.

Mientras, los aliados (las potencias extranjeras) habían decidido llevar la guerra a la Península. En julio de 1702 una escuadra anglo-holandesa al mando del almirante inglés Jorge Rooke, compuesta de 50 navíos y 14.000 hombres, desembarcó en Cádiz, donde se les unió el conspirador Jorge de Darmstad, anterior Virrey de Cataluña. “Se apoderaron del Puerto de Santa María y entregaron a la ciudad al saqueo más brutal. Los protestantes antepusieron a todo su odio contra la Iglesia católica, devastando los templos, profanando imágenes y vasos sagrados y entregando las monjas a la soldadesca”, según cuenta el Marqués de Lozoya.

Después de la proclamación del archiduque Carlos en Viena este fue a Holanda e Inglaterra. El 6 de marzo de 1704 llegó a Lisboa y le acompañaban 8.000 soldados ingleses y 4.000 holandeses. Además, se sumaron tropas portuguesas. Cuando entraron en España por Fuentes de Oñoro comprendieron que los naturales del país odiaban a los portugueses y tenían repugnancia por los protestantes ingleses y holandeses. El Duque de Berwick, al frente de las tropas hispano-francesas, los rechazó.

El inglés Rocke con 45 barcos ingleses y 16 holandeses apareció por aguas de Barcelona el 27 de mayo de 1704. Iba en la expedición el antiguo Virrey, Darmstadt, que hizo llegar misivas a sus amigos y partidarios a favor del Archiduque. Unos 1.600 marineros desembarcaron en la zona del Besós. El 31, empezó el bombardeo austracista de Barcelona. Viendo que no se producía la soñada sublevación interior, los marineros reembarcaron ese día y la flota aliada se hizo a la mar el 1 de junio. En su viaje de regreso desembarcaron en Gibraltar con 2.400 soldados ingleses y holandeses, que ocuparon la plaza en nombre del archiduque Carlos hasta el día de hoy. Los mandaba el traidor ex Virrey Jorge de Darmstadt.

El 22 de agosto de 1705 volvió la flota anglo-holandesa al mando del inglés Peterborough, con 58 navíos, 30 fragatas y muchos más buques de transporte, 21.000 tripulantes y abundante armamento. A pesar de su fuerza, los aliados hubieran tenido un descalabro si no les hubiesen ayudado 1.500 migueletes de Vich, donde había comenzado la revuelta entre familias. La toma de Barcelona costó centenares de muertos, tras una dura batalla. La población seguía indiferente ante el Archiduque Carlos.

Como el resto de plazas catalanas estaban pobremente guarnecidas no fue difícil tomarlas. Por ejemplo, ante Lérida se presentaron “unos 300 hombres del país, de los que 250 iban a pie y armados con antiguas y denegridas espadas, con hoces, con palos y con mal prevenidas escopetas, y los otros cincuenta iban montados en rocines, mulas de campo y en jumentos”, según lo cuenta Nicolás de Jesús Belando. Así se entregó Cataluña al Archiduque Carlos.

Luego, las instituciones catalanas se avinieron a la nueva situación y juraron al Rey intruso traicionando el juramente previo de fidelidad a Felipe V. Si pudo pesar alguna desconfianza sobre posibles heterodoxías políticas o filosóficas de Felipe V quien a la larga demostró estar más contaminado de heterodoxías fue el archiduque Carlos, tanto en su periodo en España como cuando fue Emperador. Comprendiendo la traición que habían hecho y las graves consecuencias de la misma, proseguirían la lucha cuando la guerra estaba perdida, cuando el Archiduque había sido nombrado Emperador y ya renunció a la Corona de España, hasta la tozuda y numantina defensa de Barcelona en 1714, tan heróica como insensata.


Nacionalismo catalán y "mal de Almansa"
El nacionalismo catalán usa una retórica pseudoirredentismo para reivindicar los territorios de los antiguos reinos de Valencia y de Mallorca. Para ello se basa entre otras reivindicaciones en la manipulación más soez de la historia de España y realiza una interpretación torticera del desenlace de la batalla de Almansa. Es una tendencia que pasa absolutamente inadvertida en las primeras reivindicaciones nacionalistas catalanas, al punto que el anterior centenario de la batalla de Almansa no está documentado que sea rememorado en ningún medio nacionalista de la época (4). En 1933 será en el periódico barcelonés “Nació Catalana” donde se publica el primer estudio alusivo a Almansa: El sentit de la batalla d'Almansa. Años después esta tesis será redescubierta por Joan Fuster en el ensayo “Nosaltres els valencians”, publicado en 1962, sin que las autoridades gubernativas censuraran ninguna parte del mismo. A pesar de su paso al nacionalismo catalán aún pesaba mucho la militancia en el Movimiento Nacional del escritor suecano. Esta obra generó una tremenda controversia en el ámbito cultural valenciano por la interpretación pancatalanista que se hace de la batalla de Almansa y va a ser desechada. Sin embargo donde más influencia tendrá dicha tesis será en el ámbito catalán, de donde nace la original interpretación nacionalista de la batalla de Almansa. Los acontecimientos históricos en torno a la batalla de Almansa desmienten cualquier interpretación al margen del contexto general de la guerra:

En la batalla de Almansa los únicos valencianos que combatieron estaban del lado de Felipe V (unos cuantos vecinos de Cocentaina). En el bando austracista excepción hecha de los mercenarios portugueses no había ningún español, siendo en su mayoría holandeses y británicos. El bando borbónico estaba compuesto mayoritariamente por españoles, aunque en total no llegaban a ser la cuarta parte de todos los combatientes.

Los generales austracistas Galway y Das Minas se anticiparon al ejército borbónico y elaboraron un plan para asestar un duro golpe a las tropas de Berwick. Éste se encontraba en las proximidades de Almansa esperando los refuerzos que tenían que llegar por el norte a cargo del duque de Orleans. El factor sorpresa fue insuficiente para contrarrestar la superioridad de la caballería borbónica que acabó con el inexperto, variopinto y desorganizado ejército austracista.

Los aliados, partidarios del archiduque Carlos, alinearon 42 batallones de infantería, compuestos cada uno de 400 hombres, y 60 escuadrones de caballería, de 100 jinetes cada uno, mientras que los borbónicos dispusieron 50 batallones de infantería y 81 escuadrones de caballería, formando ambos ejércitos con dos líneas de profundidad.

Las tropas aliadas, cansadas, en inferioridad numérica y mal dirgidas, rompieron la formación entre el centro y el flanco debido al empuje de la caballería borbónica. En el flanco izquierdo la caballería borbónica provocó la retirada de las tropas aliadas, mientras que las tropas de la zona central acabaron por rendirse a las diecisiete horas.

La Batalla de Almansa fue decisiva para la guerra, pero no significó la rendición de los austracistas del Reino de Valencia. El ejército borbónico hubo de ir conquistando las poblaciones que se le resistían, como antes el austracista se había visto obligado a hacer con las ciudades valencianas y catalanas fieles a Felipe V.

Los borbónicos incendiaron Jàtiva, pero peores fueron los saqueos realizados por los mercenarios del ejército austracista “maulet”. Los austracistas quemaron Ayora y Banyeres y las confiscaciones provocaban casos dramáticos. Martín Brotat, próspero comerciante antes de 1707, declaraba “que se halla con crecida familia y muchos acreedores que le molestan, sin tener más medios para su manutención que dichas cantidades”. Los valencianos que sufrieron el saqueo de los maulets mercenarios no recibieron tanto apoyo. Lo corrobora la viuda del Justicia de Alicante, que demandaba una caridad en estos términos: “Diego Picó se hallaba en el encargo de Justicia Mayor de Alicante al tiempo que los enemigos asaltaron aquella plaza. Executaron con él muchas hostilidades y vejaciones y de enfermedad que le sobrevino murió, y habiendo saqueado su casa sólo pudo escapar doña Tomasa Mora, mujer del susodicho, con el coche galera, mulos y algunas alhajas, retirándose a Monóvar. Allí le sorprendieron [robaron los maulets] coche, mulos y galera; huyendo a Hellín”.

Hasta las monjas sufrieron acoso de los mercenarios maulets. EI obispo de Orihuela, compadecido, escribía al rey: “Sor Francisca Antonia del Convento de la Sangre de la ciudad de Alicante, por la invasión de los enemigos le fue preciso pasarse al Convento de la Santa Faz , habiendo perdido en el saco la mayor parte de sus bienes. Dejaron la clausura muchas religiosas, entre ellas la priora. Fue preciso recurrir al amparo de su hermana, que estaba en Valencia.” La monja “solicitó 50 doblones sobre bienes confiscados del Reyno de Valencia”

Al nacionalismo catalán le gusta celebrar derrotas (por eso monta otro circo, esta vez en Barcelona, y esta vez todos asistiendo -desde Terra Lliure hasta el PP, pasando por el R.C.D. Español- el día 11 de septiembre). El Reino de Valencia celebra en su nou d´Octubre el gran triunfo de los valencianos sobre el rey moro. El pancatalanismo pretende que el Reino de Valencia conmemore su derrota en la batalla de Almansa como día nacional y para ello moviliza cada año millones de euros y financia el viaje de miles de catalanes a Valencia para manifestarse en los días anteriores o posteriores al 25 de abril (este año el 5 de mayo).

El soviet nacionalista hace culpable de todos los males acaecidos contra la Cataluña y Valencia del 1700 al famoso “Decreto de nueva Planta”. Se dice que “Cataluña perdió su personalidad y su lengua fue prohibid”. Como señala el historiador catalán Vicens i Vives no existe en ningún artículo de dicho Decreto la prohibición del uso de las hablas catala­nas. Lo único que se dice en el Decreto es que las sentencias judiciales deberían de escri­birse en castellano, desplazando al latín de la administración judicial (5).

En 1718, Felipe V inicia medidas proteccionistas de la industria catalana. Se prohibió la importación de tejidos de Asia y China y se empezó entonces el aumento demográfico de Cataluña que pasó de 350.000 habitantes en 1708 a 820.000 habitantes en 1789. Entre 1745 y 1770 y, gracias al comercio ultrama­rino, el puerto de Barcelona alcanzó la primacía en España: no sólo se exporta­ban tejidos y calzados, sino también el vidrio, de Mataró y el papel de Olot. Y fue a Felipe V a quien Cataluña le debió el incremento del culti­vo de la viña, la exportación de vinos a América y el creci­miento de las cepas en el Ampurdán y el Penedés que dieron lugar al actual cava(6).

Melchor de Macanaz quiso mantener el Derecho foral tras la derrota, a lo que se opuso el Duque de Híjar. Tuvo sin duda un gran peso en la consideración de la supresión el hecho de que las Cortes no se reuniesen desde hacia más de cincuenta años, entendiéndose como una institución excesivamente obsoleta. Las medidas proteccionistas de la industria catalana no encuentran correlato en el Reino de Valencia. El derecho privado también es prohibido. El Reino de Valencia, que mantuvo muchas plazas leales a Felipe V y que en ningún momento conspiró contra el Rey (solo se vió arrastrado a la traición a última hora por presión extranjera y de la oligarquía catalana) fue quien más perjuicios soportó.

Mitos y mentiras sobre la guerra de Sucesión
El nacionalismo catalán ha pretendido hacer de una guerra por el trono de España su primer contencioso político-territorial interpretándolo además con conceptos políticos modernos. La ciencia política (Dieter Nohlen, entre otros) ha reprochado severamente esta metodología. Incluso hasta a efectos estéticos han llegado a ilustrar en algunas escuelas catalanas a los valientes maulets enarbolando la bandera de las cuatro barras. Todo mentira. Ni los maulets (partidarios del ilegítimo Carlos de Austria) eran en su mayoría catalanes ni –mucho más importante- a los maulets catalanes les importaba la imposición de la lengua catalana.

Ambos, borbónicos y austracistas, luchaban por quien creían que era el Rey legítimo de España. Ambos defendían concepciones políticas del Antiguo Régimen y ninguno de los dos ejércitos (en su parte de voluntarios, que fue la de menos) deseaban la abolición foral. Tras el triunfo de Felipe V la concepción organicista del Antiguo Régimen, su conjunto de derechos concretos (que no eran sólo territoriales, sino también gremiales, religiosos y en general –en lenguaje actual- “corporativos”) se mantuvo indemne, además de otros fueros territoriales (vascongados y navarros). En ambos ejércitos hubo españoles de todas las tierras de la Península. En el ejército austracista hubo castellanos, gallegos, andaluces, valencianos, aragoneses y catalanes (y el núcleo mayor compuesto por extranjeros). Entre los austracistas que defendieron Barcelona el 11 de septiembre de 1714 (cuando el propio Carlos de Habsburgo ya había renunciado a la Corona de España y aplicaba una política regalista y heterodoxa en el Imperio) destacaba el famoso “Tercio de Castellanos” por su honor y fidelidad hasta el final a la causa austracista. Partidarios de Felipe V hubo en Cataluña, Valencia y Aragón, (además de en las Vascongadas y Navarra, que mantuvieron su derechos históricos) algunos pueblos enteros como Cervera –premiada con una universidad por Felipe V- en Lérida o Jijona en Alicante. Ambos bandos usaban el castellano como lengua franca y ambos usaban el resto de lenguas españolas con naturalidad, como lenguas coloquiales.

Recordemos el ejemplo de Jijona: El memorial que Jijona dirigió al rey destacaba sus actos heroicos: “Bajo el comando de Bruno Aracil, hijo de Xixona, capitán de caballos de la costa de este Reyno de Valencia, recuperaron Altea y otros lugares.” Los fieles xixonencos querían vengar la escabechina de los austracistas “en la Torre de las Mançanas, donde degollaron hasta los enfermos que estaban moribundos” (AHN. Leg. 6804). La villa, como premio, pedía “Que haga única a Xixona en honras. Que sus hijos puedan traer armas de todos géneros por todos los Reynos de España”.

No se enarbolaban en las batallas ningunas banderas al estilo moderno, ni mucho menos las cuatro barras aragonesas. Situémonos por un momento en la resistencia barcelonesa del 11 de septiembre. Es común a todos los modernos falsificadores de los austracistas su laicismo exacerbado, mientras que los defensores barceloneses de la ciudad lo hacían al grito de Visca Espanya! y Visca el Rei d´Espanya! (Emíli Giralt, historiador nacionalista lo tiene que acabar reconociendo) y rezaban el Santo Rosario mientras pedían piamente perdón a la Virgen de la Merced por haberse aliado con "herejes europeos" (Inglaterra, Holanda y Austria) en la guerra de Sucesión, traicionando el primer acatamiento del Monarca que dispuso el último Austria español en su testamento conforme a Derecho. Casanova se presentó en la muralla con el estandarte de Santa Eulalia, venerada por los barceloneses, para dar ánimos a los defensores (según una tradición, el estandarte de Santa Eulalia sólo podía sacarse en el momento en que Barcelona corriese un gran peligro). Como vemos por ningún lado están las cuatro barras aragonesas. Y respecto de Rafael Casanova, el líder antiborbónico y sin duda sincero patriota español (patriota de la España tradicional, católica, foral y monárquica), en 1719 fue amnistiado y volvió a ejercer como abogado hasta 1737, año en qué se retiró. Murió diez años más tarde en Sant Boi de Llobregat. Junto a Casanova merece recordarse Francisco de Castelví. En los últimos años ha supuesto una importante quiebra del oficialismo nacionalista y una revolución del panorama historiográfico la publicación de sus Narraciones Históricas por la Fundación Elías de Tejada en 1998 (no obstante, Francisco Elías de Tejada a pesar de ser extremeño fue miembro del Institut d´Estudis Catalans). Agustí Alcoberro, de la Universidad de Barcelona dice sobre la obra: “La reflexió de caràcter historiogràfic [sobre la guerra de Sucesión], encapçalada per les monumentals Narraciones históricas de Francesc de Castellví, sens dubte l'obra més important d'aquest corrent (…)”, La principales diarios catalanes (El Periódico, La Vanguardia ), hasta los más minoritarios y nacionalistas ( Avui), así como la televisión regional no podían dejar de reconocer la importancia del testimonio de Castellví, oficial austracista exiliado en Viena, que escribió en castellano lo que vivió en primera persona la guerra de Sucesión, descargándola de toda carga nacionalista. Otro ejemplo es Antonio de Villarroel, general jefe de Cataluña y comandante de la plaza de Barcelona. Éste último proclamó: “Combatimos por toda la nación española”. Como lo dice Pierre Vilar, “el patriotismo desesperado de 1714 no es únicamente catalán, sino español”.


Sobre la lengua en los ejércitos maulet y botifler


Es ciertamente hilarante que los cachorros terroristas del nacionalismo expansionista catalán se denominen "maulets" y bajo ese signo acometan su ataque brutal contra la lengua castellana en Cataluña y pretendan imponer el catalán normativizado del químico Pompeu Fabra (que muy poco tenia que ver con las diversas variantes catalanas que hablaban los austracistas catalanes) al Reino de Valencia, Baleares y partes de Aragón. Veamos algo de documentación:

La crónica de la estancia del archique Carlos en Montserrat el 24 de junio de 1706 se publicó a los pocos días en Barcelona por Rafael Figueró, al que los austracistas habían nombrado “impresor del rey”. Dicha obra destinada al lector austracista (maulet) y en plena contienda está en castellano (Figueró, R.: “Exemplares acciones de nuestro Rey Carlos III”, Barcelona, 1706). El archiduque, además, subió al camarín de la Virgen de Montserrat a las 2 de la tarde del 27 de junio y dejó un folio autógrafo que contenía devotas poesías en castellano.

En Valencia, entre 1705 y 1707, los austracistas acudían en masa al teatro de Calderón, Moreto, Fragoso, etc. El pueblo asistía entusiasmado a las representaciones de “Los amantes de Teruel”, "El duque de Osuna", " Los tejedores de Segovia", "El genizaro de Hungría", etc. La programación teatral austracista fue en idioma castellano.

En octubre de 1706 el archiduque Carlos visita Valencia. Al llegar al arco triunfal construido en las torres de Quart, los austracistas dieron la señal para que -en honor de Carlos de Austria- se interpretaran canciones compuestas en castellano. Los austracistas, desde el Consejo de Ciento en Barcelona hasta los diputados del Reino de Valencia se dirigían en castellano a Carlos, monarca que contestaba en castellano. La crónica de lo sucedido en Valencia fue llevada a uña de caballo a Barcelona, siendo publicada en diciembre de 1706 por Francisco Guasch en castellano.

Son significativas las crónicas de los dos juramentos forales efectuados en octubre de 1706: el de Carlos de Habsburgo, en Valencia, y el del virrey borbónico Luis Belluga, en Orihuela. La primera está en castellano; la segunda, en valenciano. EI texto oriolano describe cómo en la "Real Capella de la Sta. Yglesia Catedral de Oriola (...) agenollat davant del sitial que se li posa en dita Real Capella jura a Deu (...) dits carrecs de Virrey Governador y que observara aquells furs". EI nombramiento lo había firmado en Jadraque el rey Felip Quint.

Reflexión final

La hemos anunciado al principio: no fue una guerra territorial, no fue un contencioso ideológico, no fue tampoco el ocaso cultural de las lenguas de la Corona de Aragón, no existía pancatalanismo alguno. El desenlace de la guerra fue nefasto para el Reino de Valencia que perdía sus libertades forales y empezaba su declive. Sin embargo la supresión foral del Principado de Cataluña fue ampliamente compensada con medidas proteccionistas. Las consideraciones sobre los tratados de paz y sobre el nuevo equilibrio en el continente –muy desfavorables para España- merecen otra reflexión. Pero hora es ya de que develemos de una vez toda la mentira en torno al "mal de Almansa" y a la consideración del ejército austracista como nacionalista y del borbónico como centralista. Antes de realizar cualquier juicio o analogía más valdría que se estudiaran y entendieran las instituciones políticas del Antiguo Régimen, desconocidas y verdaderamente destruidas posteriormente a la batalla de Almansa por las revoluciones liberal y burguesas. Y que se reparase en que un siglo y medio después fueron los reyes carlistas. Legítimos de España por descendientes de Felipe V, restauraron las instituciones forales aragonesas.



Bibliografía:
(1) Ricardo de la Cierva. Historia total de España

(2) Jaume Vicens i Vives. Aproximación a la historia de España

(3) Ramón Menéndez Pidal. Historia de España. Tomo 29, Vol. I.
(4) Albert Balcels. Breve Historia del nacionalismo catalán

(5) Marcelo Capdeferro. Otra Historia de Cataluña
(6) Antonio Ubieto. Historia de Aragón
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